No hay dinero santo

LA IGLESIA católica sabe cómo tener asegurados a sus fieles (vivos, no a los difuntos, que descansan en paz). Es preferible imitarla y adivinar cómo puede llegarse al chantaje cuando se tiene una espada de Damocles. Lo que me aleja de ella es eso. Desde mucho antes del problemilla de lasindulgencias. Desde Constantino, a quien hace pagar el in hoc signo vinces contra Majencio: qué cara es la victoria. Todo es predicar la pobreza, la castidad y la obediencia –en sus extrañas Órdenes–. Todo se le vuelve dineros y limosnas; que paguen los Estados que quieran la bendición divina. Francisco de Asís, el pobre, tan desdeñado frente a Santo Domingo, español y trincón de batallas dialécticas... No hay nadie que, hablando de otra vida, trinque con más habilidad en esta. Da miedo verlo. Desde el Vaticano (con su terrible precedente historia de dinero) a los impuestos sobre la renta; desde las penitencias de limosnas impuestas a los cepillos de los templos pobres; desde las penitencias en moneda corriente a la apoteosis del día de Pentecostés. Ahora no ha diminuido su pasión, aunque sí la modalidad de sus poderes. Pero, a pesar de todo…